Han pasado 50 años desde el momento que un gran número de
pescadores colombianos adoptaron el cooperativismo como medio para el
mejoramiento del nivel de vida, desarrollando la solidaridad, la unión, y la
participación democrática en procura del mejoramiento de sus vidas sociales y
productivas. Y se comenzó a escribir la historia de las cooperativas pesqueras
en Colombia.
Fueron organizaciones presentadas como la panacea a los
problemas de los pescadores artesanales, promovidas en su mayoría, no por
iniciativa de ellos sino por funcionarios de las instituciones como: Instituto
Nacional de los Recursos Naturales Renovables y de Protección del Medio
Ambiente, INDERENA, Corporación Autónoma del Valle del Magdalena, CVM;
Instituto Colombiano de la Reforma Agraria,
INCORA; Instituto de Mercadeo Agropecuario, IDEMA; Central de Cooperativas
Agrícolas, CECORA, por los cuerpos de paz y hasta dirigentes políticos.
De esta manera, en la década de los años 60, esta
generación de pescadores, se embarcó en una canoa desconocida, buscando mejores
condiciones de vida para sus familias. Por consiguiente, en 1973 existían 17
cooperativas pesqueras artesanales: cinco
marítimas y doce continentales, reportadas por Superintendencia Nacional
de Cooperativa. Es decir, cooperativas marítimas ubicadas en: Tolú (Sucre),
Tumaco (Nariño), Taganga y Tasajera
(Magdalena), Providencia (San Andrés); las continentales localizadas en: Momil (Córdoba), Guarinocito
(Caldas), Puerto Bogotá (Tolima), Banco
y Plato (Magdalena), Sopla Viento (Bolívar), Gamarra y Simiti (Santander), San Marco
(Sucre), Remolino (Meta), Caucásia y Darién (Antioquia). Para la fecha el
promedio de edad de asociados a las cooperativas marítimas eran “de 38,4 frente
a 44,8 de socios de de cooperativas continentales (…) la distribución de edades
parece significar que en general los socios típicos son hombres maduros, con
cierta estabilidad y sin mucha posibilidad de cambio de oficios”. *(1)
Igualmente, los pescadores asociados y sus familias sumaban
aproximadamente 12.000 personas, vecinos de los centros de producción pesqueros
más importantes de la época distribuidos en el territorio Colombiano, que
juntos con 140.000 pescadores más, aportaban alrededor de el 90% del consumo
nacional, en consecuencia, colocaban en las mesas citadinas manjares de ríos y
mares: especies como bagre, pargo, sierra, bocachico, etc., alimento rico en
proteínas, relativamente barato.
En contraste, esta generación de pescadores se
caracterizaban por tener bajo nivel educativo, vivían hacinados, por lo general
7 personas en una habitación, con precarios servicios de salud y asistencia
médica, insuficiente y no idónea asistencia técnica y crediticia para impulsar el desarrollo de
la actividad pesquera.
Además, las vidas laborales trascurrían en constante lucha
cotidiana para ampliar y hacer rendir el año pesquero. Que no dependiera el
tiempo de pesca de las migraciones de los peces (subienda) ni de las
condiciones meteorológicas (fuertes brisas), aspectos que reducían las labores
de buena pesca a solo seis meses y escasez el resto del año.
De igual manera, las herramientas de trabajo (embarcaciones
y artes de pesca) no facilitaban una actividad normal durante el año ni le
permitían obtener ingresos permanentes. A esta situación se suma que las
capturas eran comercializadas por intermediarios con quienes estaban comprometidas
la producción de las faenas de pesca, por anticipos recibidos en época de
escasez. “Se conformaba así una clara situación de pobreza y marginalidad que
cierra el horizonte de las posibilidades de progreso al pescador en su nivel
económico y social” *(2).
En efecto, entre los años 1962 y 1991 se promovieron y
constituyeron en el país 38 cooperativas pesqueras artesanales, que se fueron
apagando paulatinamente ante la falta de apoyo estatal. En 1991 solo existían 5
activas, según la Asociación
Nacional de Pescadores Artesanales de Colombia -ANPAC-.
No obstante, la organización gremial, ANPAC, que reunía a
las cooperativas, planteó en 1984 salidas a la problemática diagnosticada pero
no encontró respuestas positivas de parte en las instituciones del Estado para
afrontar las causas externas e internas que afectaban al pescador de esas
empresas asociativas.
Por el contrario, las cooperativas pesqueras se mantenían
en funcionamiento gracias a la tenacidad de los asociados, quienes esgrimían
sus personerías jurídicas con fervor y entusiasmo, contando las historias de
esperanzas y frustraciones.
Hoy, los que todavía quedan de esa generación están sumergidos
en la miseria, sin seguridad social, sobreviviendo gracias a la caridad de sus
familiares más allegados, solo recibiendo del Estado los almuerzos destinados a
los geriátricos de los niveles más desprotegidos y en muy pocas comunidades un
mínimo recurso económico que es entregado al ciudadano de la tercera edad. Fue la
generación que no encontró horizonte, pero que contribuyeron con trabajo y
alimento para la paz de Colombia, siempre con la ilusión de encontrar soporte
en las distintas institucionalidades del sector pesquero que se sucedieron en
las ultimas cinco décadas. Paralelamente a esta situación existen otros
descendientes de esta y otras generaciones de pescadores, organizados en nuevas
cooperativas de la actividad acuícola (pesca y acuicultura) que enarbolan las
banderas del cooperativismo, buscando en las instancias gubernativas encargadas
de brindarles condiciones mínimas para despegar la actividad.
De todos modos, estas nuevas generaciones de pescadores
artesanales guardan esperanzas de encontrar en el cooperativismo la forma para
superar por fin la miseria y el olvido a que fue sometida la generación sin
horizonte. Aspiran que el Estado les brinde alternativas para el desarrollo de
la actividad, de manera que puedan competir en las circunstancias actuales del
País.
*(1). CARDONA Aldo A y
otros. Universidad
Santo Tomas de Aquino. USTA. Las cooperativas pesqueras en Colombia. Bogota,
1974. p. 48
* (2).
Ibid., p. 56
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