lunes, 27 de abril de 2015

Cooperativas pesqueras





Han pasado 50 años desde el momento que un gran número de pescadores colombianos adoptaron el cooperativismo como medio para el mejoramiento del nivel de vida, desarrollando la solidaridad, la unión, y la participación democrática en procura del mejoramiento de sus vidas sociales y productivas. Y se comenzó a escribir la historia de las cooperativas pesqueras en Colombia.

Fueron organizaciones presentadas como la panacea a los problemas de los pescadores artesanales, promovidas en su mayoría, no por iniciativa de ellos sino por funcionarios de las instituciones como: Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y de Protección del Medio Ambiente, INDERENA, Corporación Autónoma del Valle del Magdalena, CVM; Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, INCORA; Instituto de Mercadeo Agropecuario, IDEMA; Central de Cooperativas Agrícolas, CECORA, por los cuerpos de paz y hasta dirigentes políticos.

De esta manera, en la década de los años 60, esta generación de pescadores, se embarcó en una canoa desconocida, buscando mejores condiciones de vida para sus familias. Por consiguiente, en 1973 existían 17 cooperativas pesqueras artesanales: cinco   marítimas y doce continentales, reportadas por Superintendencia Nacional de Cooperativa. Es decir, cooperativas marítimas ubicadas en: Tolú (Sucre), Tumaco (Nariño), Taganga y  Tasajera (Magdalena), Providencia (San Andrés); las continentales  localizadas en: Momil (Córdoba), Guarinocito (Caldas), Puerto Bogotá (Tolima),  Banco y Plato (Magdalena), Sopla Viento (Bolívar), Gamarra y Simiti (Santander), San Marco (Sucre), Remolino (Meta), Caucásia y Darién (Antioquia). Para la fecha el promedio de edad de asociados a las cooperativas marítimas eran “de 38,4 frente a 44,8 de socios de de cooperativas continentales (…) la distribución de edades parece significar que en general los socios típicos son hombres maduros, con cierta estabilidad y sin mucha posibilidad de cambio de oficios”. *(1)

Igualmente, los pescadores asociados y sus familias sumaban aproximadamente 12.000 personas, vecinos de los centros de producción pesqueros más importantes de la época distribuidos en el territorio Colombiano, que juntos con 140.000 pescadores más, aportaban alrededor de el 90% del consumo nacional, en consecuencia, colocaban en las mesas citadinas manjares de ríos y mares: especies como bagre, pargo, sierra, bocachico, etc., alimento rico en proteínas, relativamente barato.

En contraste, esta generación de pescadores se caracterizaban por tener bajo nivel educativo, vivían hacinados, por lo general 7 personas en una habitación, con precarios servicios de salud y asistencia médica, insuficiente y no idónea asistencia técnica y crediticia para impulsar el desarrollo de la actividad pesquera.

Además, las vidas laborales trascurrían en constante lucha cotidiana para ampliar y hacer rendir el año pesquero. Que no dependiera el tiempo de pesca de las migraciones de los peces (subienda) ni de las condiciones meteorológicas (fuertes brisas), aspectos que reducían las labores de buena pesca a solo seis meses y escasez el resto del año.

De igual manera, las herramientas de trabajo (embarcaciones y artes de pesca) no facilitaban una actividad normal durante el año ni le permitían obtener ingresos permanentes. A esta situación se suma que las capturas eran comercializadas por intermediarios con quienes estaban comprometidas la producción de las faenas de pesca, por anticipos recibidos en época de escasez. “Se conformaba así una clara situación de pobreza y marginalidad que cierra el horizonte de las posibilidades de progreso al pescador en su nivel económico y social” *(2).
En efecto, entre los años 1962 y 1991 se promovieron y constituyeron en el país 38 cooperativas pesqueras artesanales, que se fueron apagando paulatinamente ante la falta de apoyo estatal. En 1991 solo existían 5 activas, según la Asociación Nacional de Pescadores Artesanales de Colombia -ANPAC-. 

No obstante, la organización gremial, ANPAC, que reunía a las cooperativas, planteó en 1984 salidas a la problemática diagnosticada pero no encontró respuestas positivas de parte en las instituciones del Estado para afrontar las causas externas e internas que afectaban al pescador de esas empresas asociativas.  
Por el contrario, las cooperativas pesqueras se mantenían en funcionamiento gracias a la tenacidad de los asociados, quienes esgrimían sus personerías jurídicas con fervor y entusiasmo, contando las historias de esperanzas y frustraciones.
Hoy, los que todavía quedan de esa generación están sumergidos en la miseria, sin seguridad social, sobreviviendo gracias a la caridad de sus familiares más allegados, solo recibiendo del Estado los almuerzos destinados a los geriátricos de los niveles más desprotegidos y en muy pocas comunidades un mínimo recurso económico que es entregado al ciudadano de la tercera edad. Fue la generación que no encontró horizonte, pero que contribuyeron con trabajo y alimento para la paz de Colombia, siempre con la ilusión de encontrar soporte en las distintas institucionalidades del sector pesquero que se sucedieron en las ultimas cinco décadas. Paralelamente a esta situación existen otros descendientes de esta y otras generaciones de pescadores, organizados en nuevas cooperativas de la actividad acuícola (pesca y acuicultura) que enarbolan las banderas del cooperativismo, buscando en las instancias gubernativas encargadas de brindarles condiciones mínimas para despegar la actividad.

De todos modos, estas nuevas generaciones de pescadores artesanales guardan esperanzas de encontrar en el cooperativismo la forma para superar por fin la miseria y el olvido a que fue sometida la generación sin horizonte. Aspiran que el Estado les brinde alternativas para el desarrollo de la actividad, de manera que puedan competir en las circunstancias actuales del País.




 *(1). CARDONA Aldo A y otros. Universidad Santo Tomas de Aquino. USTA. Las cooperativas pesqueras en Colombia. Bogota, 1974. p. 48


* (2). Ibid., p. 56